Educar a los niños no es siempre una
tarea fácil y requiere un proceso de adaptación tanto por parte de los
padres como de los hijos. Los niños deben desarrollar hábitos de
conducta aceptables, mientras que los padres deben elaborar un estilo
personal, que no siempre resultará tolerante, coherente y justo. Tampoco
existen unos modelos de comportamiento que garanticen respuestas
uniformes de forma predecible y exacta. Cada padre, madre y niño es
distinto, de manera que una relación satisfactoria para todos sólo podrá
ser fruto de un buen entendimiento durante cada una de las actividades
en el quehacer diario. El niño, desde el primer año al tercero, está poniendo a prueba constantemente a sus padres y reclama, con su actitud, que se le marquen unos límites precisos, puesto que estará siempre comprobando hasta dónde puede llegar.
Entre los 18 meses y los 3 años, se produce un período caracterizado por el negativismo.
El niño descubre la negativa y para autoafirmarse suele hacer rabietas,
que suelen tener dos finalidades: llamar la atención o conseguir una
recompensa. El niño que “monta un numerito” cuando quiere algo concreto o
pretende salirse con la suya, se comporta con total normalidad una vez
ha obtenido lo que quería. Para evitar esta actitud no hay más remedio
que invertir el proceso. Son los padres quienes deben encauzar la
conducta del niño. Y esto se consigue no dejando que el niño saque
partido de la rabieta, explicándole cómo tiene que pedir lo que desea.
Una parte fundamental de la función de
los padres es hacer comprender al hijo hasta dónde puede llegar. Para
eso está la disciplina, palabra que muchos padres asocian
equivocadamente a la idea de castigo. En realidad, la disciplina
consiste en enseñar al niño cuáles son los límites aceptables de su
conducta, la frontera entre lo que se puede hacer y lo que no.
Las 4 claves del éxito
- La negativa a la hora de comer es, a menudo, una forma de probar a los adultos. Si el niño no quiere comer no hay que forzarle ni gritarle. La mejor actitud es no ofrecerle otros alimentos. Así, si el niño tiene hambre, acabará por comer lo que tenga en el plato.
- Aunque el niño haga pucheros o muestre su enfado no hay que sucumbir a todos sus caprichos. Hay que procurar dar al niño la libertad necesaria para que pueda crecer como una persona independiente sin consentirle ni mimarle en exceso.
- Algunos niños llegan a acostumbrarse a pedir las cosas por medio de rabietas o llantos. A veces, lo que piden es justo, pero el método que utilizan es siempre incorrecto. Es preciso enseñarles con nuestra actitud que se les dará lo que quieren cuando lo pidan bien, sin amenazas ni gritos. Para ello, lo mejor es ignorar su llanto y esperar a que se tranquilicen.
- Una vez pasada la rabieta, cuando el niño está calmado, hay que razonarle nuestra actitud y hablarle tranquilamente. Si obtiene nuestro cariño y atención cuando se calma, dejará de hacer rabietas.
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